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El balanceo del desamor

El niño perdido

El niño perdido Viejo barrio. Viejas casas. Vieja abuela encamada desde tiempo inmemorial, gritándole su nombre, siempre dos veces. Cansado del trabajo, regresaba a casa y escuchaba a su abuela inventando para él un presente. "Cómo está Rosa?" , se suponía Rosa era la mujer imaginaria que su abuela había inventado para él. Primero discutía con su abuela y le intentaba hacer ver su error pero luego incluso le divertía la situación y le seguía la corriente. "¿Cómo está Rosa?", "Como una Rosa abuela, jajaja" . Y la abuela callaba. Y él podía cerrar los ojos e intentar dormir.
Siempre pensaba antes de conciliar el sueño. El decía era una buena constumbre, repasar lo acontencido durante el día. En el fondo era un hombre de conciencia, de buena conciencia. Se ponía el único pijama que tenía, regalo de su madre, y que a veces llevaba como una segunda piel al trabajo, debajo del uniforme. Era un poco perezoso, así todo lo era más sencillo, el vestirse al empezar el día y desnudarse al acabarlo.
Cuando el sueño llegaba a sus ojos, oía a gritos, "¿Cómo está Rosa, cómo que no la has traido?" , él se levantaba, porque sabía que sino no se callaría y enfadado por no poder dormir ni una noche de un tirón le decía "No hay ninguna Rosa abuela. Vivo con vosotros, no tengo mujer, hijos y casi ni amigos. ¿Vale abuela? ahora descanse que es lo que tiene que hacer o al menos deje descansar a los demás". La abuela lo miraba con ojos desorbitados, como de loca, ni cien tranquilizantes conseguían relajarla, una mujer activa como había sido ella hasta el final.
Al volver a la cama, con el crujir del somier, volvía a escucharla lamentarse, ya no preguntaba por Rosa, hablaba con su hermano muerto. Sabía que esa sería otra noche en blanco. Decidió que al salir del trabajo siempre se pasaría por el bar donde bebería un par de cervezas para así poder relajarse y al llegar a casa olvidarse de todo, oir la voz de su abuela, lejana.
Así hizo esa noche, la primera de mil noches, de borracheras después del trabajo. Llegaba a casa no se sabía bien cómo. Todos dormían. Menos la abuela. "¿Que no ha venido Rosa contigo?". El sonrío y dijo "sí, abuela, ha venido y ahora me la voy a follar".
Su abuela, no le había escuchado, volvía a hablar con su hermano muerto y su mujer, también muerta, una auténtica reunión del otro lado.
Cuando cerró los ojos y se tapó con ese edredón que le compró su madre para las noches frías de ese mes de marzo, con frios polares, se acordó de ella. Se estaba paseando por su mente, contoneándose y sonriéndole. El sonrío también, como si ella pudiese verle. Con sus brazos se abrazó a sí mismo, imaginando que era ella la que estaba entre sus brazos. No la dejaría escapar esta vez. Había aprendido la lección. Ella no era Rosa, pero era la mujer que había despertado algo en él y que se resistia a admitirlo. Pensó la llamaría. Haría como si nada hubiese ocurrido. La necesitaba más de lo que pensaba y sabía que ella también lo necesitaba. Un pajarito herido. Dos pájaros heridos que se picoteaban sin querer, haciéndose más daño.
Su abuela gritó desde su cama, "¿Por qué no me presentas a Rosa?" y él contestó..."No se llama Rosa...se llama Cristina"
El niño perdido reconoció lo que sentía, lo hizo suyo y lo hizo saber. Su secreto era menos secreto y e iba a luchar por él.
Cristina así lo deseaba, aunque todo eso, sólo había sido un sueño.

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